Las diferentes expectativas, los mitos, las creencias aportadas por las familias de procedencia de cada uno de los miembros de la pareja, los roles y visiones diferentes pueden llegar a generar conflicto y disputas sobre las responsabilidades (quién se encarga de hacer qué) y la distribución de tareas, el poder (quién, qué y cómo decide), la economía doméstica y familiar, las relaciones con miembros de la familia de origen, el cuidado de los hijos, actividades sociales y de trabajo fuera de la familia, sexualidad e intimidad y la comunicación.
Cuando surge el desencuentro, “el amor” se tambalea y las dudas empiezan a minar la relación. El enfado dará paso al rencor, el despecho y los sentimientos de traición. Culpabilizar al otro de todo, asumir un papel de víctima y poner distancias y barreras a la comunicación. La dificultad para asumir la verdad común y diferenciar la parte de responsabilidad, el miedo a la ruptura de la ilusión y la dificultad para expresar emociones más íntimas, suele ser el sustrato del conflicto.